También había una especie de cuartillo al que llamábamos “el
palomar” porque contenía gran cantidad de animales como faisanes, perdices,
gallinas y palomas que armaban un alboroto constante que aportaba vida a
nuestro quehacer diario. También había un pozo a la derecha del palomar del
cual se extraía agua para regar los cultivos. Mi madre siempre decía que no nos
acercáramos al borde porque había una bruja hambrienta en su interior que
devoraba niños a velocidades de vértigo. Esa historia que mi madre contaba para
infundirnos miedo lo único que hacía era incrementar el interés de Isabelle y
mío por saber que había en el interior. En una ocasión cuando la tapa del pozo
estuvo levantada Isabelle y yo nos asomamos al borde con intención de ver las
largas uñas rojas de la bruja que habitaba allí dentro, lo único que vimos fue
la cara de desesperación de mi madre al comprobar que estuvimos a punto de caer
al interior y morir ahogados.