Nada le impedía extinguir el archivo de la carne proba, densa con ternura. Esos dedos vastos adheridos a las paredes del placer y que rompían en corrupción. La depravación se despertaba hinchada y ascendía, impía, contra sus pechos, dando paso al místico clímax de la carne.
Se deprendía su espíritu hereje. Una vez transgredida la ley del Señor, ardió en llamas y su piel evanescente se tornó tosca y verde. Adoró a Leviatán entonces, le hizo el amor de nuevo sellando el pacto de la carne contra Dios.
Juntos construlleron el reino de las tinieblas.
J. Herrería