noviembre 21, 2014

Colágeno emocional

"Estos labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación." Joaquín Sabina.


Qué osadía creerse tan superior para superar situaciones que te partieron como un rayo, por la mitad. Me envuelvo en esa niebla etérea de "esto-no-ha-pasado" y pongo un parche de silicona a ver si esto cicatriza, y claro, con el tiempo lo hará o eso espero en base a mi optimismo rebelde. Pero hay gestos que de golpe y sin esperarlo me devuelven a aquel lugar gris donde no hay sombras ni formas, ese "no hogar" donde mi voz no se oye, donde estoy a kilómetros de distancia de cualquier calor humano, donde sé que mis vísceras fueron arrancadas, estrujadas y convertidas en polvo. Un lugar grotesco que se apodera del presente. Un lugar que no quiero pisar jamás.

Supongo que es posible olvidar el instante en que sus labios se posaron muertos sobre los míos, carentes de ilusión y llenos de vergüenza. Supongo que puedo deshacerme de la terrible certeza de que ese beso fue el último y hasta la última fibra de mi cuerpo lo supo un momento después. Supongo que algún día no recordaré cómo me hiciste llegar al traición tan callando, tan desmerecida... Pero he pagado caro el atrevimiento de pensar que he superado la situación, la he pagado con otra desilusión.

Jorge Herrería.

octubre 20, 2014

Reflexiones sobre la debilidad

"El ruido de las carcajadas pasa, la fuerza de los razonamientos queda". Concepción Arenal.


No deja de asombrarme como el ser humano se adapta al entorno. En esta ocasión negativamente. Bien es cierto que el organismo trata de ser cada vez más eficiente en el consumo de energía para ejecutar tareas con precisión a bajo coste, pero esta adaptabilidad y eficiencia metabólica tiene un alto coste en términos de salud. En nuestra jaula occidental consumista, por supuesto.

En la sociedad en la que estamos inmersos una persona es socialmente presionada para consumir alcohol si en alguna celebración el sujeto decide abstenerse, o bien, si una persona decide ejercitarse a diario será, con toda probabilidad, tachado de obsesivo. Mientras que los adictos a bollería “ultraazucarada", a bebidas refrescante de dudosa composición e, incluso, a fármacos antidepresivos son considerados conductas normales.

Me da miedo pensar que la norma en nuestro país es tomar analgésicos ante cualquier nimio dolor de cabeza o de rodilla, que seamos absolutamente dependientes del médico, el sistema sanitario y la farmacéutica para desenvolvernos en la vida diaria. Parece que hemos olvidado cuestiones básicas que nuestro sentido común dictaría como perniciosas, pero que por extrañas circunstancias, obviamos con descaro. Acciones tan simples como comer comida de verdad (frutas y verduras frescas, carnes naturales) en lugar de comida industrialmente procesada con aditivos ilegibles e insanos a partes iguales. Acciones tan intuitivas como escapar de los ascensores para subir por las saludables escaleras son desvirtuadas con osadía. Pero es que somos vagos por naturaleza, y no digo que esté en nuestro código genético. Antes hablaba de eficiencia energética, ahora hablo de vagancia.

Pensamos que el “todo vale” vale, cuando, honestamente, todos sabemos que no es así. En el fondo cada uno de nosotros sabe lo que está mal respecto de la forma de alimentarnos, de manejar nuestras emociones, de sendentarismo, e incluso de descanso. Todos sin excepción, pero parece que nos forzamos a nosotros mismos a creer lo que la publicidad nos vende como sano y nutritivo, lo que la industria del fitness nos impone como ejercicio, y lo que la sociedad nos inculca como estar sano física y mentalmente; es lo deseable desde un punto de vista evolutivo. Porque tenemos la arrogancia de pensar que el cambio genético va ligado a la tasa de desarrollo tecnológico y, permítanme que se los diga, no es así. 

El estado basal de salud siempre es oscilante, todos tenemos dolores en algún momento, malestares físicos y emocionales y no por ello hemos de recurrir a un somniféro, ansiolítico o antiinflamatorio. Somos débiles, hemos crecido débiles y nos encanta estar así; porque, admitámoslo, no estamos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para tomar las riendas de nuestra salud. Siempre pensamos en la salud como en algo que nos viene dado al nacer y que depende íntegramente de nuestros genes, pero seamos serios, cualquiera en su sano juicio sabe reconocer que sus hábitos no lo están llevando por el buen camino. El 98% de la patología que se trata en medicina es producto de las malas decisiones para con nosotros mismos.

Tenemos un cuerpo débil, que no soporta subir cinco pisos de escaleras o echar una carrera tras el autobús cuando se va antes de llegar a la parada. Somos seres que cogen el coche para correr 8 km en una cinta de gimnasio cual hámster en una rueda de plástico. Somos animales que permiten que la industria alimentaria los alimente con comida basura que las hormigas rechazan. Y así nos va… Porque no solo somos débiles físicamente, sino que el núcleo de nuestra absoluta endeblez estriba en nuestra mente, en nuestra poca capacidad de compromiso con nuestra mente y cuerpo; y nuestra nula actitud de sacrificio para atender a estas cuestiones con sensatez, sentido común y responsabilidad.